Si os hablo de la película que sirvió de inspiración principal a Quentin Tarantino para hacer Kill Bill, la mayoría de vosotros ya sabréis de lo que os hablo; para los que no, nos estamos refiriendo a todo un clásico del cine japonés extremo llamado Lady snowblood, en realidad un live action que no sólo nos habla del tema de la venganza como pocos lo han hecho, sino que apunta maneras como una de las iniciadoras del empoderamiento femenino en una sociedad completamente machista.
La historia en realidad es bastante sencilla, por error, unos funcionarios asesinan al marido de una mujer y después la violan a ella, pensando que son revolucionarios contra el gobierno. Tiempo más tarde, ella encuentra a uno de los asesinos y consigue matarlo y vengarse, pero la policía la atrapa y la lleva a la cárcel, una vez allí, intenta acostarse con todo el que puede para tener una hija, que salga de allí, se entrene en la lucha y se vengue de los que le hicieron eso por ella. La niña se entrena y crece, y vestida con un kimono blanco y un paraguas/katana se dispone a vengarse de los tres hombres que aún quedan vivos.
Poco más que contar sobre la historia, además de algunas ayudas e impedimentos que van alterando su camino, en realidad no tiene mucho más que esto.
Pero si la historia es realmente simple, incluso partida en cuatro actos, cada uno con motivo a la victima que se va a cobrar en el momento; lo que realmente impresiona de la película es tanto su estilo visual como su crudeza y el saber ir directamente al grano no sólo para dar un poco de caña al espectador, sino también para acentuar la violencia y el poder que tiene que reflejar la historia y el personaje principal. Y es precisamente este personaje sobre el que gira toda la película, y en realidad, por mucha historia y relleno que se pueda poner, todo está relacionado con un objetivo en la vida, unos sentimientos muy claros y un estilo inconfundible de hacer las cosas, reflejando muy bien lo que sería la imagen japonesa de mujer delicada y callada, pero al mismo tiempo peligrosa y mortal.
En cuanto al aspecto visual, la película juega muy bien con pocos colores para simular los grandes contrastes de la vida, ya desde el principio se nos ofrece la escena del nacimiento (que definirá el resto de la película), en un escenario completamente negro, manchado de rojo por la sangre y sobre un fondo blanco inmaculado de la nieve que cae fuera. Durante el resto de la película, no sólo se repetirán estos elementos, sino que en todo lo que se haga predominarán los tres colores, destacando en todo momento uno por encima del otro (siempre el rojo sangre por encima del resto).
También la música es fundamental en esta cinta, con un tema principal interpretado por la misma Meiko Kaji (protagonista de la película) y todo el resto de músicas recordando a las antiguas melodías clásicas japonesas, pero con ese aire de rebeldía de la música de los ’70.
En la parte de acción, que también representa una gran porción de la película, pues la verdad es que no es nada realista, poco espectacular y muy alejada de las luchas de espadas que tenemos en mente hoy en día; muy basada en golpes únicos y rápidos y los movimientos justos para llegar dónde se pretende, con algunos efectos de cable que dan más risa que otra cosa, pero tenemos que pensar en otra época en la que la concepción de la acción era muy distinta. Tampoco su realismo es lo más importante en ella, sino que como antes, lo es su crudeza, y aquí tenemos buenas dosis de sangre y gore para deleitarnos.
Y, por supuesto, no podemos acabar la reseña sin hablar de Meiko Kaji (Stray cat rock: Female boss, Female prisoner: 701 scorpion) una de los iconos del cine de mujeres guerreras japonesas, quizás aquí con una actuación un poco más contenida, pero también el personaje requería de una carácter inmutable.
En definitiva, una de las películas que mejor refleja el tema de la venganza, no sólo por ser muy clara, sino también por hacerlo de forma cruda y muy directa; todo un clásico del cine extremo japonés que todo el mundo debería ver al menos una vez en la vida.
- Lo mejor de la película:
Meiko Kaji con su kimono blanco y su moño, pareciendo una japonesa tímida.
- Lo peor de la película:
Nada que objetar, extrema y visualmente impactante a la vez.