Esta semana queremos recuperar algunos kaijus clásicos que teníamos pendientes y que nos hacían especial ilusión porque creemos que han intervenido bastante (en alguna que otra manera) al desarrollo del género. Y empezamos con Pulgasari, la película que dio a conocer Corea del norte fuera de sus fronteras. La verdad es que el querido líder Kim Jong-il era muy fanático del cine japonés, y además de encargar muchas películas propagandísticas, quiso tener su propia versión de Godzilla (con su carga política añadida, por supuesto); y la verdad es que la historia detrás de la producción es bastante más interesante que la propia película, ya que tuvo que secuestrar a un director surcoreano para que hiciera sus películas (siempre supervisado por Kim Jong-il), y en cuanto quiso promocionar esta película fuera del país y la consiguió llevar hasta el Festival de Cine de Venecia, el director aprovechó para escaparse; pero esto es otra historia, hoy queremos hablaros de la película.
La historia se sitúa en algún momento de la Dinastía Goryeo, con un pueblo norcoreano en el que se emplaza un grupo de rebeldes que quiere acabar con el poder del país; así que los líderes preparan un gran ejército para protegerse, y como no tienen suficientes armas, se dirigen precisamente a ese pueblo a contratar al herrero quién, a falta de hierro, les dice que no puede hacerlo, así que los hombres del gobierno requisan cualquier objeto metálico en el pueblo (incluyendo herramientas para cultivar, utensilios para cocinar…) para convertirlo en armas. Después de rebelarse contra el gobierno, acaban encerrando tanto al herrero, como a algunos de los rebeldes, y ya en la cárcel, el herrero acaba muriendo, no sin antes crear una estatuilla de Pulgasari, un monstruo imaginario que, al contacto con la sangre de su hija se convierte en real y va comiendo metal para hacerse cada vez más grande, hasta convertirse en un verdadero monstruo que ayudará a los rebeldes a luchar contra el ejército del gobierno.
La película empieza como la típica historia bélica de enfrentamientos entre los rebeldes y el ejército, y la verdad es que podríamos eliminar al monstruo de la ecuación y quedaría una historia completamente lógica y típica del cine bélico de época; pero ya bien entrada la historia, cuando hace aparición Pulgasari y empieza a luchar contra los hombres, se convierte en todo un kaiju en realidad nada típico, ya que aquí el monstruo no lucha contra la humanidad, ni siquiera contra otro monstruo que pueda representar un enemigo común a ambos sino que, entre que ha sido traído a la vida por la sangre de la chica y es ella misma quien le va alimentando con metal, los dos entran en una bonita relación y el monstruo queda a sus servicio no sólo para vengar su padre, sino para ayudar a todo su pueblo.
Y por supuesto, aquí tenemos metida la metáfora política, con el gobierno representando el antiguo poder japonés y el kaiju representando el nuevo poder y el nuevo líder que puede ayudar al pueblo a liberarse de sus males, aunque tenga que consumir sus recursos para poder darles el poder que necesitan, o incluso aunque, como dice al final, tengan que empezar a conquistar nuevos países para conseguir todo el metal necesario para mantener esa supremacía y poder seguir ayudando al pueblo.
La película en sí, cinematográficamente da un poco de pena, asumimos que es antigua, pero en realidad es de los ’80 y tiene una pinta, una forma de narrar la historia e incluso algunas deficiencias en la dirección mucho más propias de los ’60 y de cuando realmente se originaba el fenómenos kaiju. Además, vemos algunas cosas como cortes entre escenas que no nos gustan nada, actuaciones patéticas (incluso de los protagonistas), unas escenas de acción completamente ridículas… Pero incluso así, también tiene algunas cosas buenas, sobre todo el dinero gastado en su producción, con uno efectos especiales muy decentes para la época, un monstruo muy currado (muy similar a un toro), una enorme cantidad de figurantes para las batallas, una música ochentera que no pega mucho, pero que nos ha encantado… Y es que, aunque el director no estuviera nada motivado, al menos se quería conseguir el efecto de gran producción internacional que pudiera competir contra las películas japonesas.
En definitiva, una película que entró a formar parte de la historia del kaiju más por su trasfondo que por la película en sí, pero que igualmente es bastante entretenida, no carente de significado metafórico y, como en otras ocasiones, una de esas tan cutres que da para risa fácil.
- Lo mejor de la película:
La forma en la que los gobernantes se las ingenian para ir atrapando al monstruo.
El monstruo destruyendo edificios.
- Lo peor de la película:
Esas batallas entre humanos en las que todo el mundo se limita a correr de un lado para otro.